La novela triste de Gabo
La primera vez que me preguntaron: “¿Cómo te pareció el último libro de Gabo? (refiriéndose a Historia de mis putas tristes), me quedé en silencio por unos segundos. El concepto no brotó espontáneo y entusiasta como en otras ocasiones. Y debí preguntarme a la vez: “¿Es acaso éste un buen libro? No, desde luego que no; no llega a tanto”, razoné recordando la tibieza literaria e imaginativa de la obra. Y entonces, volví a cuestionarme: “¿Es acaso un mal libro? No, desde luego que no, no llega a tanto”, discurrí de nuevo al recordar algunos apartes amables del texto.
Pero, -insistí en preguntarme- ¿estará contento García Márquez con su “último” libro? Casi podría jurar que no. Más allá del éxito comercial, que nadie niega, existe en un escritor de su talla una gran responsabilidad ante los lectores que le siguen incondicionalmente en todas sus aventuras literarias. El escritor es como la Luna: “si no crece, mengua”.
En este caso en particular, existe además otro factor que no ha sido suficientemente cualificado: esa gran masa de población no lectora que adquirió el libro atraída solo por el título; población que ganó muy poco intelectualmente con su lectura.
A la triste, pobre y hasta aburrida historia la salva lo corta. Parece que nuestro Nóbel ha pasado ya mucho tiempo lejos de su fuente de inspiración y eso se trasluce en sus últimas obras. Sin embargo, y debo reconocerlo, el libro se lee fácil. Gabo tiene -¿quién puede negarlo?- un estilo ameno, aunque en esta oportunidad no resistió la tentación, que sería explicable en un escritor novel, de incluir en la narración algunas palabrejas que no vienen al caso y que en vez de enriquecer la lectura, la entorpecen.
Desde luego, lo más impactante del libro es el título. No se pudo haber encontrado uno más comercial. Qué triste que García Márquez no haya tenido más altura para denominar a las mujeres que alguna vez le amaron y le brindaron momentos de felicidad. Qué triste que aun con el filtro amable de los años las siga considerando en su mente con ese denigrante calificativo.
Los temas, claro, son absolutamente libres en la literatura, pero no puedo menos que pensar en el abismo literario que existe entre la historia caballeresca del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha cuya locura le dio por deshacer entuertos e injusticias y transformar una vulgar barragana en la más respetada y noble de las dama, y la triste historia del profesor Mustio Collado, el nonagenario decrépito e inútil ( el único verdaderamente triste en este relato), cuyo sueño senil consistía exclusivamente en convertir en puta una doncella.
Resumiendo: pienso que éste es solo uno más de los cientos de libros que atiborran actualmente las librerías en este sorprendente desborde literario que exige de nosotros un especial grado de selección para no perder nuestro exiguo tiempo en la lectura de obras intrascendentes.
Mi baremo para evaluar un libro es lapidario: ¿lo volvería a leer? ¡No! Definitivamente, no. Historia de mis putas tristes no calificó para ser colocado entre mis amados libros de cabecera, que ahora, cada vez con más frecuencia, vuelvo a releer con deleite, y entre los cuales conservo con especial afecto uno que parece haber sido escrito por otro autor hace ya más de cien años de soledad.
La primera vez que me preguntaron: “¿Cómo te pareció el último libro de Gabo? (refiriéndose a Historia de mis putas tristes), me quedé en silencio por unos segundos. El concepto no brotó espontáneo y entusiasta como en otras ocasiones. Y debí preguntarme a la vez: “¿Es acaso éste un buen libro? No, desde luego que no; no llega a tanto”, razoné recordando la tibieza literaria e imaginativa de la obra. Y entonces, volví a cuestionarme: “¿Es acaso un mal libro? No, desde luego que no, no llega a tanto”, discurrí de nuevo al recordar algunos apartes amables del texto.
Pero, -insistí en preguntarme- ¿estará contento García Márquez con su “último” libro? Casi podría jurar que no. Más allá del éxito comercial, que nadie niega, existe en un escritor de su talla una gran responsabilidad ante los lectores que le siguen incondicionalmente en todas sus aventuras literarias. El escritor es como la Luna: “si no crece, mengua”.
En este caso en particular, existe además otro factor que no ha sido suficientemente cualificado: esa gran masa de población no lectora que adquirió el libro atraída solo por el título; población que ganó muy poco intelectualmente con su lectura.
A la triste, pobre y hasta aburrida historia la salva lo corta. Parece que nuestro Nóbel ha pasado ya mucho tiempo lejos de su fuente de inspiración y eso se trasluce en sus últimas obras. Sin embargo, y debo reconocerlo, el libro se lee fácil. Gabo tiene -¿quién puede negarlo?- un estilo ameno, aunque en esta oportunidad no resistió la tentación, que sería explicable en un escritor novel, de incluir en la narración algunas palabrejas que no vienen al caso y que en vez de enriquecer la lectura, la entorpecen.
Desde luego, lo más impactante del libro es el título. No se pudo haber encontrado uno más comercial. Qué triste que García Márquez no haya tenido más altura para denominar a las mujeres que alguna vez le amaron y le brindaron momentos de felicidad. Qué triste que aun con el filtro amable de los años las siga considerando en su mente con ese denigrante calificativo.
Los temas, claro, son absolutamente libres en la literatura, pero no puedo menos que pensar en el abismo literario que existe entre la historia caballeresca del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha cuya locura le dio por deshacer entuertos e injusticias y transformar una vulgar barragana en la más respetada y noble de las dama, y la triste historia del profesor Mustio Collado, el nonagenario decrépito e inútil ( el único verdaderamente triste en este relato), cuyo sueño senil consistía exclusivamente en convertir en puta una doncella.
Resumiendo: pienso que éste es solo uno más de los cientos de libros que atiborran actualmente las librerías en este sorprendente desborde literario que exige de nosotros un especial grado de selección para no perder nuestro exiguo tiempo en la lectura de obras intrascendentes.
Mi baremo para evaluar un libro es lapidario: ¿lo volvería a leer? ¡No! Definitivamente, no. Historia de mis putas tristes no calificó para ser colocado entre mis amados libros de cabecera, que ahora, cada vez con más frecuencia, vuelvo a releer con deleite, y entre los cuales conservo con especial afecto uno que parece haber sido escrito por otro autor hace ya más de cien años de soledad.